Libros, ensayos, música

En la entrada del hormiguero se miraron fijamente dos hormigas. No se habían topado antes, de eso estaban seguras. En el momento en el que chocaron, lo notaron. En ese mismo instante se dieron cuenta. Era obvio. Era obvio para las dos. Eran idénticas.

Se miraron fijamente. Salieron de las filas para no estorbar. Las demás siguieron su trayecto. Se analizaron con los funículos. Olían exactamente igual.

Nunca supieron cuánto tiempo se quedaron mirando una a la otra, pero se hizo de noche. Regresaron todas a la colonia. Unas se fueron a descansar. Otras a ampliar la colonia – la colonia nunca es suficientemente grande. Ellas pensaron si era esto posible. Por qué era una idéntica a la otra. Que fueran exactamente iguales.

Platicaron cuándo habían nacido. La diferencia era horas. Por dónde trabajaban. Una iba todos los días hacia donde salía el sol. La otra hacia donde se ponía. Una regresaba a la cámara de en medio. La otra a la de más abajo. La plática, la sorpresa y la emoción se comieron la noche. Las dos sintieron que se conocían de toda la vida.

Amaneció. Un zángano se les acercó. Les preguntó, por qué no estaban trabajando. Lo mejor era regresar a trabajar. Pero en la tarde, cuando se metiera el sol, se encontrarían en el mismo lugar. Las dos estaban cansadas, pero salieron con el resto y se pusieron a trabajar.

Mientras trabajaban, las dos pensaban lo mismo. Ellas vivían en una colonia famosa por su tamaño. La reina estaba orgullosísima. Todos lo presumían. Ellas dos sabían que, aunque fueran muchas, no había ninguna igual. Al menos eso les repitieron desde que nacieron. Todas eran únicas. Todas eran irrepetibles. Todas eran necesarias. Eso pensaban ellas, hasta ayer.

Cuando se vieron otra vez, brincaron de gusto. Después, sintieron angustia. Podía haber más idénticas a ellas o entre ellas. Si esto es cierto, tal vez entonces nadie en la colonia era especial. Decidieron que mientras trabajaran, buscarían más gemelas suyas. Y que buscarían a otras gemelas – ¿trillizas? – y se lo contarían. Se verían todos los anocheceres a intercambiar experiencias.

Los primeros días fue difícil. Además de caminar, trepar, cortar hojas, regresarlas en el lomo, llevarlas a una cámara, ahora también habría que observar. Buscar. Encontrar a otras iguales. Pero con el tiempo, se volvió rutina.

Tardaron muchos días en encontrarlas. Cuando se lo dijo a la primera, no le creyó. Era evidente. Pero no le creyó. No importa. Siguieron buscando. Encontraron a otra más. Encontraron otras gemelas, una al lado de la otra. Les avisaron. Tampoco les importó. Ninguna entendió por qué era eso importante. Sólo a ellas les importaba el engaño.

Pasaron varios meses y no pasó nada. La frustración se convirtió en enojo. ¿Cómo no se daban cuenta? ¿Por qué no les importaba? Después de un tiempo, trataron de encontrar una explicación. ¿Estaban mal por darle importancia? Decidieron dejar de verse a diario. Las reuniones se fueron espaciando, hasta que dejaron de encontrase.

La vida siguió. Pasaron dos años más y las dos murieron el mismo día, con diferencia de horas. Una aplastada. La otra por causas naturales.

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